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el periodico de saltillo
Julio 2014, ed. #305


El civismo en 1935


Alfredo Velázquez Valle.

 

La relación, entre los elementos que componen la sociedad actual, se encuentra en un proceso de transformación acelerada.

Al respecto, hay que tomar conciencia de ello. Los retos inmediatos que enfrenta una sociedad como la nuestra, deberá atender, con la misma solicitud y presteza, las demandas que surgen de dichos cambios acelerados y, aparentemente inexplicables.

Los estragos, que por la imposición de un conjunto de presupuestos que del mundo “desarrollado” nos llegan a nuestras sociedades “en desarrollo”, en formas forzadas de convivencia, tienden, por consecuencia, a crear atmósferas de desconcierto, desintegración, y rechazo.

Las formas radicales en que se han transformado la producción de mercancías y apropiamiento de recursos y riquezas para un mundo, pequeño, reducido mundo que expolia al resto del otro mundo “sub desarrollado”, ha terminado por quebrar la idea que los hombres tienen sobre la comunidad; realidad e idea, que hoy se encuentra sitiada por las cuatro esquinas, de un actuar humano atomizado, de particularidades y egoísmos.

El impacto, que sobre la familia ha generado esta nueva realidad social, ha causado una crisis no solo económica, también relacional: los lazos que regían la convivencia entre los distintos miembros del núcleo familiar tradicional, se han visto alterados, (en ocasiones, radicalmente), y ello ha devenido en una nueva forma de “convivencia” entre ellos mismos y la comunidad en la cual están inmersos.

Así, las transformaciones tecnológicas, que devienen en cambios económicos, terminan por impactar las instituciones sociales que, pretenden regular dicha convivencia; responder, y hacerlo de manera conveniente, es tarea harto difícil para las instituciones sociales del Estado, como lo es la escuela pública.

Tarea, que para la escuela misma, como institución, en general, y el maestro en particular, se presenta doblemente difícil: por un entorno hostil -manifiesto en incertidumbres- y, por otra parte, altamente individualizado –manifiesto en la falta de empatía hacia él “otro”, y exceso de egoísmos -.

A este, relativamente nuevo contexto, conocido como neoliberalismo, es al que tiene que dar respuestas el maestro, desde su salón de clases, con su preparación, con su actitud y con su compromiso de lealtad a la misma comunidad, de la cual es parte y la cual le retribuye, en forma de salario, su principal tarea: educar en y por la comunidad.

Las herramientas con que cuenta el propio profesor “de banquillo” resultan ser parecidas a la honda de David, al vérselas, sobre todo, con un medio que al tocarlo todo, lo degrada; cuando vemos, que la permeabilidad, con que las conciencias son presas de los requerimientos del mercado y el consumo, resulta, entonces, fácil, comprender el trabajo, verdadera labor de titán, que los maestros de México realizan con los niños y jóvenes que asisten a la escuela pública.

Las estrategias, que el maestro ha tenido que implementar, dentro de un reducido salón de clases, para “formar” al alumno en una cultura humanista y comprometida con los más altos valores que una comunidad demanda para preservarse y desarrollar sus potencialidades, sin menoscabo de un bienestar social equitativo y justo, como de un equilibrio, más que necesario, con la naturaleza, ha visto en su entrega, solo parcialidades de su actuar.

Esto, ha sido así, porque quizá hay un verdadero desajuste entre los fines que la escuela, a través de la educación, pretende del alumno, y el contexto dentro del cual está inmerso quien pretende algo de preparación, de educación, de cultura. El esfuerzo, de la escuela pública, por preparar al alumno y hacer de él un ciudadano, entra en conflicto irremediable con las graves contradicciones de un mundo desigual, que refleja, en su prismática realidad, los anti valores que aquella, la escuela, trata de erradicar.

El fenómeno escolar del bullying, como manifestación de violencia entre los alumnos para la legitimación, la exclusión, la discriminación, el rechazo e intolerancia, entre sus miembros, tiene su contra parte en una comunidad que, pulverizada por el medio, ejerce los mismos patrones de conducta. No hay una verdadera comunidad de hombres; hay, una masa informe de intereses particulares y encontrados que, inevitablemente entran en conflicto, y cuya solución momentánea se resuelve en y por la violencia.

La cruzada nacional, contra estas prácticas anti humanas de convivencia, deberá ser un movimiento holístico, general, que concientice al alumno sobre su papel dentro de su comunidad, y esto solo se logrará, si la misma sociedad propone, a través de su misma práctica, soluciones a conflictos que ofrezcan alternativas que excluyan el uso de la violencia entre iguales, entre ciudadanos con derechos, sí, pero también con deberes.

Para ello y en ello, la sociedad, tiene en la escuela pública un aliado importantísimo y, dentro de ella, en la asignatura de Formación Cívica y Ética, en el nivel secundario. En efecto, la tarea, que se impone con urgencia a los docentes de esta especialidad, es llevar a los alumnos a una percepción de la realidad que redunde en la conciencia de pertenencia a una comunidad, en la cual están inmersos y por la cual deberán hacer su mejor esfuerzo por elevarla en el mejor de los sentidos.

En septiembre de 1935, cuando el mundo se encontraba asumiendo las consecuencias terribles de la gran depresión de 1929 -y cuyo resultado sería el surgimiento del fascismo y su apología de la violencia y la exclusión-, la Secretaría de Educación Pública federal, del gobierno del Gral. Lázaro Cárdenas del Río, dirigía a sus similares estatales, las entonces Direcciones Generales de Educación, el programa de Civismo para secundaria (Archivo Histórico, SEDU); los contenidos de esta asignatura, no por casualidad, comenzaban la unidad número I, del primer año de este nivel de estudios, con el tema: “La vida en comunidad”.

Ante los retos de un sistema económico global que ya no ofrecía, en aquel lejano 1935, las más elementales seguridades a los habitantes del orbe, como lo eran el empleo y el bienestar social y, sí, un panorama amenazador, traducido en la probable generación de una nueva guerra mundial, la escuela socialista del Gral. Cárdenas, apostó por una educación que honrara el trabajo del obrero, la vida en comunidad, la cooperación entre los ciudadanos y la responsabilidad debida de la administración pública en el logro del bienestar social.

Hoy, que estamos paliando las consecuencias de un sistema económico, que ha dejado en la indefensión social a los que Sartre ha llamado “los condenados de la Tierra”, y cuya vida está regida, también hoy más que antes, por las leyes del mercado y la ganancia, llamado neoliberalismo (quizá un nuevo fascismo), la escuela actual deberá, seguramente, volver la vista al pasado y buscar dentro de su memoria histórica, que son sus propios archivos históricos, las respuestas, que ante retos parecidos, ofrecieron hombres, que, como el propio Gral. Cárdenas y su ministro de educación, Gonzalo Vázquez Vela, implementaron con la ayuda toral, claro está, de las maestras y maestros de México.

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